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Combustión espontánea

La combustión del doctor Bentley

Entre todos los destinos inexplicables que pueden aguardar a una persona, quizás el más extraño sea el de arder inesperadamente, sin que ninguna causa aparente lo justifique. A este fenómeno se le ha intentado dar varias explicaciones racionales... pero nadie lo ha conseguido.

Desde hace mucho tiempo, la gente cree que en ciertas circunstancias el cuerpo humano puede arder por decisión propia. Las llamas, además, son tan terribles que en pocos minutos la víctima queda reducida a un montón de cenizas carbonizadas.

Esta creencia -algunos la llaman superstición- existe desde hace siglos y se basa en la idea del castigo divino contenida en el libro de Job. Este fenómeno fue muy popular en los siglos XVIII y XIX, y entre otros, el famoso novelista británico Charles Dickens se sintió fuertemente atraído por el tema (por ejemplo, la muerte de Krook en La casa desierta, escrita en 1852-53 y en la que se refirió a ella como <combustión espontánea>).


La muerte de la condesa Cornelia Bandi, de 62 años, acaecida en abril de 1731 cerca de Verona, es uno de los primeros informes de combustión humana espontánea (CHE). Según parece, la condesa se había acostado después de cenar y se quedó dormida después de conversar varias horas con su doncella. Por la mañana, la doncella volvió a despertarla y presenció una escena horripilante. La habitación estaba cubierta de hollín y el suelo de un líquido pegajoso; de la parte inferior de la ventana goteaba un extraño líquido amarillo y grasiento, que hedía de forma poco usual. La cama, que no había sufrido daños, tenía las sábanas vueltas, indicando que la condesa se había levantado. A un metro y medio de la cama había un montón de cenizas, dos piernas intactas, con medias, entre las que yacían el cerebro, la mitad de la parte trasera del cráneo, el mentón y tres dedos ennegrecidos. Todo el resto eran cenizas que si se tocaban dejaban en la mano una humedad grasienta y hedionda.

Quizá la carácterística más común de la CHE sea la gran velocidad con la que se produce.. Muchas víctimas fueron vistas con vida pocos momentos antes de que el fuego sobreviniese desde la nada.

Un cirujano italiano, Battaglio, relató la muerte de un cura llamado Bertoli, en la ciudad de Filetto, ocurrida en 1789. Vivía con su cuñado, y en cierta ocasión se hallaba solo leyendo un libro de oraciones en su cuarto. De pronto se le oyó gritar. Los que acudieron en su ayuda lo encontraron en el suelo envuelto en una pálida llama que se apagó al acercarse ellos.

Bertoli llevaba una túnica de tela de saco debajo de sus vestidos, cerca de la piel, y enseguida se comprobó que la ropa de encima se había quemado dejando intacta la túnica. Debajo de la túnica, la piel del tronco no estaba quemada, pero colgaba de la carne a jirones. Algunos autores deducen que el fuego debe desarrollarse con extrema rapidez, puesto que las víctimas se hallan a menudo sentadas tranquilamente, como si nada hubiese ocurrido.

Otra característica casi universal de la CHE es la extrema intensidad de calor que genera. En circunstancias normales es muy difícil quemar un cuerpo humano, máxime si está vivo, y los cuerpos de las personas que mueren envueltas en llamas normalmente sólo sufren daños parciales o superficiales.

Todos los expertos afirman que la reducción de un cuerpo humano a un montón de cenizas calcinadas requiere una gran cantidad de calor, y que se debe echar combustible y mantener el fuego durante horas: a pesar de ello, los crematorios suelen incluso moler los huesos que quedan. A raíz de un caso de CHE, el doctor Wilton M. Krogman, antropólogo forense de la Universidad de Pennsylvania, declaró haber visto cuerpos quemando en un crematorio durante 8 horas a 1100 ºC sin que hubiese ningún indicio de que los huesos se calcinasen o se hiciesen polvo, y que se necesita una temperatura de 1650ºC para que los huesos se fundan y se volatilicen. En el caso de León Eveille, de 40 años, que fue encontrado completamente quemado en el interior de su coche cerrado en Arcis-sur-Aube (Francia) el 17 de junio de 1971, el calor había fundido los cristales del coche. Se calcula que un coche al quemarse alcanza una temperatura aproximada de 700ºC, pero que para que se funda el cristal la temperatura tiene que superar los 1100ºC.

Otro extraño fenómeno en estos casos es la de la localización del calor. Los cuerpos abrasados se hallan estirados en camas intactas, sentados en sillas ligeramente quemadas o con los vestidos en perfecto estado.

En 1905 el British Medical Journal relató la muerte de una <anciana señora de costumbres extravagantes>. La policía irrumpió en una casa de la que salía humo y encontró un pequeño montón piramidal de huesos humanos calcinados encima del cual se hallaba un cráneo, en el suelo y delante de la silla. Todos los huesos habían sido completamente quemados y carbonizados; cada partícula de tejido blando se había quemado, y sin embargo un mantel que estaba a tres pies de los restos se hallaba intacto...

Curiosamente, el techo estaba también quemado, como si la mujer se hubiese convertido en una antorcha de fuego.


La combustión del doctor Bentley

El doctor J. Irving Bentley, médico retirado, vivía en la planta baja de un edificio de apartamentos, en Coudersport, Pennsylvania. En la mañana del 5 de diciembre de 1966, Don Gosnell entró en el sótano del edificio para leer el contador del gas. En el sótano flotaba un <humo azul claro de olor extraño>. Gosnell descubrió por casualidad, en un rincón, un montón de cenizas. Nadie había respondido a su saludo al entrar, de modo que decidió ir a echar un vistazo al anciano. En el dormitorio había el mismo humo extraño, pero ni rastro de Bentley. Gosnell miró en el cuarto de baño y se enfrentó con una visión que no olvidaría nunca. El suelo estaba quemado y en él se abría un enorme hoyo por donde se veían las tuberías y vigas que había quedado al descubierto. Al borde del hoyo vio <... una pierna marrón, desde la rodilla hasta abajo, como la de un maniquí. ¡No miré más!>. Gosnell huyó del edificio a toda prisa, y fue a dar parte de su macabro descubrimiento a las autoridades.

Más de un médico podría contar que a lo largo de su carrera ha observado combustiones fatales y misteriosas, aunque dichos informes suelen surgir de manera espontánea y casual, y no suelen reflejarse en la prensa. Según la experiencia de algunos médicos, se presenta aproximadamente una vez cada cuatro años. De hecho, los modernos investigadores de la CHE desmienten la idea de que el fenómeno sea tan poco frecuente como sugieren algunos comentaristas. Existen cada vez más casos testificados por médicos y patólogos, y su número aumentaría, probablemente, si se pudiera eliminar el temor al ridículo que conllevan los temas que, como éste, desafían las leyes científicas comúnmente aceptadas.


Extracto de artículo: 1980 Orbis Publishing Ltd, London - 1981 Editorial Delta, S.A., Barcelona

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