Érase una vez la historia de un coach, su amante, un directivo y su mujer. No, perdón. La historia trata sobre una mujer, su coach, el directivo y su amante¡Vamos a ponernos serios! El directivo tenía un coach. Y también la mujer tiene que ver con el directivo…Vamos, que estaban casados. ¡Bien! Ya sólo nos queda por ubicar el o la amante. El directivo tenía una aventura con una mujer, su amante.
¡Fabuloso! Ya nos hemos aclarado. Ahora podemos empezar a contar la historia de estos cuatro personajes.
El directivo se llamaba Pedro. Era un hombre joven, de unos 34 años, con una carrera muy prometedora. Entró en el banco con 25 años, y fue escalando sin cesar en diversos puestos, con una creciente responsabilidad. Era un hombre muy técnico, que conocía muy bien el negocio y los engranajes de aquel enorme banco. Por tanto, era un hombre de plena confianza de la dirección. Trabajaba muchas horas al día, y llevaba casado 5 años con su mujer, que se llamaba María.
Pedro tenía un problema como directivo. Era un hombre temperamental, que perdía fácilmente los nervios.
Era muy nervioso y al mismo tiempo extremadamente perfeccionista. Por eso, cuando los miembros de su equipo cometían errores, rápidamente su piel enrojecía, y una gruesa vena emergía en su sien derecha, en señal de máxima tensión. Cuando sus colaboradores observaban esos dos síntomas, empezaban a temblar. Sabían que de un momento a otro iba a levantarse y a abroncar a uno de ellos, cuando no a todos a la vez. Su equipo le tenía pánico. Eso sí, cuando había vomitado sus demonios, entraba otra vez en estado de calma, y volvía a su mesa para continuar con toda normalidad su trabajo.
El director del departamento, que era un hombre preocupado por la gente, frecuentaba esa jefatura y charlaba con los empleados, así como con Pedro. Y rápidamente detectó que el ambiente era irrespirable allí. Los empleados no se atrevían a hablar, sólo se remitían a lo que dijera su jefe Pedro, y cada vez que Pedro se acercaba a ellos, el director percibía que los empleados miraban hacia abajo, como acongojados.
Como era muy intuitivo, el director del departamento comentó sus impresiones a Pedro. Pedro lo negaba todo, defendía que él era muy exigente con su gente y que sus resultados le avalaban. El director del departamento comenzó a insistir hasta que Pedro comenzó a enrojecer. Los empleados, a varios metros de distancia, contemplaban la escena y anticipaban lo que iba a suceder en cuestión de 2 minutos. Miraban con enorme atención hasta que la famosa vena apareció en su sien. Y entonces Pedro estalló con su director. Empezó a gritarle, levantándose de su butaca y señalándole con el dedo. El director, perplejo, se levantó y se marchó asustado y desencajado.
Pedro se sintió vencedor, como si nadie pudiera entrometerse en su reino. Pero ese comportamiento le provocaba enormes problemas a Pedro. Su equipo, por más que Pedro insistiera, no funcionaba a pleno rendimiento. Eran muy dependientes de él, y todo lo tenía que controlar, hasta el último detalle. Alguno de sus colaboradores pidió la baja por depresión, ya que Pedro seguía creciéndose en su reino y ya comenzaba a insultarlos de forma intolerable.
Hasta que llegó el día que le comunicaron por e-mail que la empresa había decidido asignarle a un coach. Pedro no sabía mucho del coaching, algo había leído pero no estaba muy abierto a las nuevas tendencias. Además, inmediatamente pensó que la empresa le había asignado a un coach porque estaba causando muchos problemas. Los colegas de otros departamentos también se habían quejado en numerosas ocasiones de la falta de respeto de Pedro hacia ellos, ya que les increpaba y presionaba con dureza. Pedro defendía su postura diciendo que era la única persona honesta de la empresa. Decía que había demasiado "mamoneo" en aquel banco, y que había poquísimas personas que fueran realmente profesionales. Por supuesto, él era intachable.
La cuestión es que Pedro no se callaba nunca lo que pensaba. Era como si sus pensamientos se convirtieran de inmediato en palabras, sin filtros. Su sentido de la honestidad y la sinceridad eran muy radicales, y chocaba constantemente con muchas personas que en la empresa eran más cautos, prudentes o simplemente respetuosos o empáticos. El decía que todos eran unos hipócritas y se enorgullecía de ser un Quijote contemporáneo.
Sin embargo, Pedro fue amargando cada vez más su carácter. Y cuando le comunicaron que le asignaban un coach, cogió un cabreo monumental y escribió un e-mail al director de Desarrollo y Formación, con copia al Director General y al Presidente por supuesto, diciéndole que no iba a seguir el proceso, y que no quería ni necesitaba un coach.
Pero la empresa impuso a Pedro el coaching y tuvo que aceptarlo a regañadientes. Así fue como Pedro conoció a su coach, un hombre de 38 años llamado Ricardo. Era un coach de gran experiencia e intuición, había trabajado ya con numerosos directivos de muchos sectores, y había llamado la atención del Presidente del banco porque su hija, que trabajaba en una empresa de seguros, había transformado radicalmente su vida profesional gracias a su proceso de coaching, precisamente realizado por Ricardo. El Presidente no sabía muy bien qué había hecho Ricardo con su hija, pero ahora la veía feliz trabajando como decoradora independiente, mientras que en los años anteriores la notaba siempre triste y desanimada.
Pero sigamos con nuestra historia. Ricardo había analizado un informe de evaluación sobre Pedro, que habían realizado de forma anónima 4 de sus colaboradores, 3 colegas de otros departamentos del banco, y el propio director del departamento. El informe era demoledor. Pedro salía muy malparado en casi todas las competencias evaluadas, y especialmente en la competencia "Autocontrol y equilibrio". Todos los que le habían evaluado le habían calificado bajísimo, con una media de 2 sobre 5. Ricardo se dijo que tenía mucho material sobre el que trabajar con su nuevo cliente.
Y llegó el día de la primera sesión. Ricardo se había citado con Pedro en una sala de juntas en el edificio del banco. Llegó como era su costumbre un cuarto de hora antes, para analizar la sala, y hacerse a ella. Ricardo sintió alivio cuando entró porque era una sala muy agradable, con grandes ventanas al exterior, desde donde se vislumbraba la gran ciudad. Además, había una mesa ovalada que no agobiaba, porque no era demasiado grande para la sala, muy amplia y espaciosa. Se colocó en el extremo más cercano a las ventanas, en la zona curvada de la mesa, y se sentó en la butaca para probarla. Era cómoda, afortunadamente. Ricardo siempre solía preparar la sala para cuando su cliente acudiera. Eso le permitía liderar la reunión desde el primer momento, con el fin de evitar actitudes defensivas de su cliente.
Muchas veces, se sentaban siempre en el lado opuesto a él, con la mesa de por medio, en señal de desconfianza y distancia. En esos casos, Ricardo directamente les invitaba a sentarse en un determinado sitio, frente a él pero evitando la mesa como obstáculo de comunicación entre ellos.
Cuando su nuevo cliente Pedro entró sonriente en la sala y le saludó, tuvo la sensación de que había entrado un gran gorila dándose golpes en el pecho. Pero sintió que había cierta química entre ellos. Fue muy fácil, por ejemplo, que Pedro se sentara junto a él. Actuaba de manera muy cordial y abierta, y esto facilitó los primeros minutos de la conversación.
- Pedro, supongo que sabes que todo lo que vamos a hablar en estas sesiones es confidencial -Dijo Ricardo con voz pausada.
- Sí, sí, ya me lo han dicho.
- Y también quería aclararte lo que es el coaching, aunque ya habrás oído o leído cosas.
- Tengo una idea, y además me enviaron de aquí, de la empresa, un documento que lo describía.
- Perfecto. Bueno, para que no haya dudas, yo no soy un experto que viene a decirte lo que tienes que hacer, o a darte las soluciones mágicas. Yo lo que haré es, a través de preguntas, ejercicios o reflexiones, que tú encuentres tus propias respuestas y llegues a tus soluciones. Porque parto de la base de que tú eres quien mejor te conoces a ti mismo, y además las decisiones las tienes que tomar tú, no yo. -Concluyó Ricardo.
- Lo entiendo…sí.
Ricardo se sentía cómodo con Pedro. Aunque notaba algo que le inquietaba. Por eso, se animó a preguntarle sobre su opinión sincera sobre su proceso de coaching.
- Una cosa, Pedro. Quería preguntarte ¿Qué opinas que tu empresa te haya puesto un coach?
Pedro no tuvo que pensarlo. Ya sabemos que una característica de la personalidad de Pedro era la excesiva sinceridad.
- Me parece un castigo. Es como si me dijeran que no valgo, que soy problemático, y como ellos no pueden conmigo, me envían a un coach como último recurso. O sea, que soy un caso perdido, vamos. De hecho, si los resultados del coaching no son buenos, no me extrañaría que me despidieran.
Ricardo ya había pasado por esta situación. Algunas empresas no entendían realmente qué era el coaching, y muchas veces lo utilizaban para solucionar casos problemáticos que no sabían resolver ellos mismos. Ricardo se lamentaba de esa distorsión, puesto que él pensaba que el coaching no servía para arreglar a las personas, sino para potenciarlas.
Durante unos diez minutos estuvo intentando convencer a Pedro de esta idea, para que afrontara el proceso de esta manera, como una oportunidad para crecer profesional y personalmente. Finalmente, Pedro decidió que aprovecharía la oportunidad. Él también se sentía cómodo con la sinceridad y transparencia de Ricardo. Parecía que hablara su mismo lenguaje. Y aunque la intención inicial de su empresa y de sus jefes era perversa, él decidió confiar en Ricardo y trabajar duro consigo mismo.
En ese momento, Ricardo supo que ya podían empezar a analizar el informe de evaluación de Pedro. Dedicaron una hora a revisarlo profundamente, juntos. Pedro iba descubriendo la dureza de las calificaciones de sus propios compañeros, de los miembros de su equipo, de su jefe directo. Y su rostro parecía cada vez más desencajado. Aunque se esperaba algunas cosas, desde luego no esperaba tal dureza en la puntuación de casi todas las competencias. Ricardo le dejaba espacio, para que pudiera ir asimilando los resultados, lo escuchaba con atención y de vez en cuando le preguntaba cómo estaba.
Finalmente, cuando repasaron el informe completo, Ricardo le hizo una pregunta directa:
- ¿Qué es lo que quieres trabajar de todo esto?
Ante esta pregunta, Pedro se echó hacia atrás en la butaca, mirando el informe con el rostro aún desencajado. Respiró hondo y miró a Ricardo con ojos penetrantes.
- Yo creo que está claro, Ricardo… Lo peor que me ha salido es el autocontrol y equilibrio. Y además, es que lo sé. Ya lo sabía. De hecho, me ha creado muchos problemas y malos ratos mi tendencia a decir las cosas como son. Pero la verdad es que no sé cómo hacerlo. Porque no estoy dispuesto a callarme, eso desde luego. Además, es que no podría, de verdad. Es mi carácter, yo siempre he sido así.
- ¿Qué es lo que quieres conseguir, entonces, respecto al autocontrol? - Insistió Ricardo.
- Decir las cosas sin crear tantos conflictos y tantos enemigos. Sí, eso es lo que me gustaría. Pero no sé si es posible.
Ricardo estaba satisfecho de la sesión. Notaba a Pedro cansado y no quiso presionar más. Había detectado claras limitaciones en el lenguaje de Pedro. Pero era demasiado complejo abordarlo en ese momento. Concluyó la sesión invitándole a que pensara qué primer pequeño paso podía dar para avanzar en su objetivo. Como Pedro estaba bloqueado, su coach le pidió que cuando lo tuviera claro le enviara un e-mail detallando la primera acción que había pensado. Y así terminó la primera sesión de coaching.
Cuando Pedro se fue, Ricardo se quedó en la sala reflexionando sobre la sesión. Y escribió algunas notas en una ficha-resumen donde acostumbraba a escribir lo más importante de cada sesión. Ricardo se sentía motivado ante este reto, porque a pesar de su bloqueo, Pedro quería trabajar. Y había mucho potencial para mejorar. Escribió en sus notas que Pedro quizá llevaba algunos de sus valores al extremo, como por ejemplo la honestidad, y que tal vez le iría bien realizar un ejercicio para identificar sus valores principales. Por otro lado, había revelado claras ideas limitadoras sobre sí mismo, como cuando dijo "Es mi carácter. Yo soy así". Después, miró por la ventana y se sorprendió de que ya estaba anocheciendo. Decidió marcharse a casa.
(Fin de la primera sesión de coaching)
(Fin de la primera sesión de coaching)
Escrito por: Javier Carril
Miembro de Top Ten Management Spain, coach certificado PCC por la International Coach Federation, y mentor de coaches.
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