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Los errores más comunes que suelen cometer los empresarios

¿Por qué existen las gomas de borrar? Porque queramos o no, nos equivocamos. ¿Y por qué nos equivocamos? Porque somos humanos y, como seres imperfectos y nada sofisticados, a diferencia de las máquinas, solemos cometer fallos.


Algunos de estos fallos, fácilmente salvables, se quedan en meras anécdotas para recordar. Otros, por el contrario, pueden meternos en grandes líos difíciles de solucionar.


Si cometemos errores en nuestra vida personal, ¿cómo no vamos a cometerlos en nuestro trabajo? Partiendo de la premisa de que todos nos equivocamos, en mayor o menor medida, hoy nos centraremos en los errores más comunes que suelen cometer los empresarios.

Tener un negocio propio requiere grandes dosis de preparación y de responsabilidad. Todo depende, en última instancia, del empresario, por lo que debe poner especial cuidado en no cometer errores que puedan repercutir gravemente en el completo desarrollo de la actividad empresarial del negocio.

Todo es cuestión de actitud
Siguiendo las recomendaciones de Fran Carreira en el blog Pymesyautonomos.com, estos son los errores más frecuentes entre los empresarios. Nótese que todos ellos tienen que ver con una cuestión de actitud:



Desconfianza y confianza. La falta de confianza o el exceso de ella pueden suponer una lacra importante para el correcto desarrollo de nuestros negocios. Dejando a un lado la cuestión de la confianza en uno mismo, que también puede ser un factor determinante en el papel que desempeña un empresario en sus negocios, nos centraremos en la confianza que se demuestra hacia los demás, esto es, ser un jefe desconfiado o demasiado confiado.

Si el empresario es un desconfiado, vivirá con el constante temor de que sus empleados le van a engañar, de que sus proveedores le quieren timar, de que sus clientes no le van a pagar, etc. Todo esto desemboca en actitudes nada recomendables como intentar controlar a los empleados, tratar mal a los clientes o perder las relaciones con los proveedores.

¿La solución? Tratar de tomar las cosas con calma y ver las cosas como son, en su justa medida. Es importante ser precavido pero no desconfiado hasta que no haya indicios o motivos de peso para perder esa confianza.

Por el contrario, si el empresario es demasiado confiado puede conseguir lo más probable: que le engañen. Los clientes pueden aprovecharse de la buena fe del empresario, los proveedores también y los empleados pueden incurrir en el error de hacer lo que les de la gana. Por eso, nada mejor que dar la confianza justa hasta que los hechos demuestren que no debemos hacerlo.

El control absoluto. Ostentar el poder a veces corrompe. Solemos sobrepasar los límites del poder y tratamos de controlarlo todo, de forma absolutista. En un negocio, por ejemplo, el dueño cuenta con ciertos privilegios, pero también tiene la difícil tarea de tomar decisiones. Esta responsabilidad le otorga un control que a veces sobrepasa.

Hay que evitar controlar en exceso lo que ocurre en la empresa. Del mismo modo que hay que dar cierta libertad a los empleados en el desarrollo de sus tareas. Evita comprobar en exceso el gasto que hacen tus empleados en llamadas telefónicas o en gasolina con los coches de empresa, trata de no controlar al minuto sus salidas ni sus llegadas, etc.

¡Ojo! Esto no quiere decir que la figura de jefe se diluya. Ni mucho menos. El control y el poder es algo inherente al empresario. Sólo trata de que no te obsesione.

El paternalismo. Del mismo modo que ocurre con el control absoluto, pasa con el paternalismo. El empresario suele cometer un error muy dado entre organizaciones y personas con poder: ser paternalista.

Adoptar una actitud condescendiente con los empleados, como si fueran los propios hijos, no es nada recomendable si lo que deseas es llevar a buen puerto tu actividad empresarial. A nadie le gusta que alguien que ostenta una posición superior a la suya se lo recuerde en cada acción o se muestre condescendiente con él.

El trato familiar puede ser positivo, hasta cierto punto. Pero no olvides que, ante todo, eres un jefe para tus empleados, no un padre ni un amigo. Y como tal, tienes que actuar.

Avaricia vs. Ambición. Ambos términos pueden confundirse si uno no se anda con cuidado. Ser ambicioso está bien, de hecho, más que bien, pues nos aportará una visión y un objetivo por el que trabajar con constancia y determinación. La ambición nos marcará nuevas metas en nuestro devenir empresarial que nos servirán para mejorar y superarnos cada día.

Pero a medida que vayamos cumpliendo esas metas y vayamos consiguiendo nuestros objetivos, podemos caer en el error de volvernos avariciosos. ¿En qué punto se pasa de la ambición a la avaricia? En el momento en que nos dejamos llevar por el “querer más”, “poseer más” y “ser más”, olvidando nuestros principios iniciales.

Por eso, ambición en su justa medida es sana; pero replantéate la situación en el momento en que la avaricia te obsesione con llegar más lejos.

Por último, hablemos de uno de los errores más comunes: la soberbia. Este error casa a la perfección con el de paternalismo, ya que se caracteriza por retratar a un empresario condescendiente, o como se diría coloquialmente, “subidito de tono”.

Ser soberbio en el centro de trabajo crea un clima de tensión y desconfianza inaguantable para el resto de los compañeros y empleados. Es necesario que el empresario asuma una alta dosis de humildad y modestia, y trate de dejar a un lado la superioridad en el trato con sus subordinados.
Fuente: Pymesyautónomos.com




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