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La culpa es de la vaca - El joven vendedor


Carlos, era un joven profesional de la venta que estaba desencantado con su trabajo. Llevaba varios meses en su puesto y no había logrado adaptarse a él.

Éste vendedor tenía un amable y anciano vecino, al que se encontró cuando estaba llegando cabizbajo a su casa. Preguntado por el motivo de su estado, Carlos aprovechó para desahogarse:

- "Esto no puede seguir así. Casi nunca llego a los objetivos de ventas. Mi jefe es excesivamente duro conmigo. Tengo grandes problemas de morosidad con los clientes. Mis compañeros son demasiado blandos y no me ayudan lo suficiente. No puedo más."

El anciano le invitó a que entrara en su piso. Adentrándose en la cocina, cogió tres ollas. Las llenó de agua, encendió el fuego y las llevó a ebullición. A continuación cogió una zanahoria, un huevo y un puñado de granos de café. Cada elemento fue vertido en el agua hirviendo de cada una de las cacerolas.
Carlos observaba extrañado el experimento.


Transcurrida media hora, sacó la zanahoria y la puso en un plato. Hizo lo mismo con el huevo. Y finalmente coló el café.

- ¿Que observas? -le preguntó.
- Pues no sé. Yo tan solo veo una zanahoria cocida, un huevo duro y café recién hecho...
- Exacto. Pero si te fijas bien, todos se han enfrentado a la misma adversidad (el agua hirviendo). Y sus reacciones han sido bien diferentes. La zanahoria llegó dura y erguida. Ahora está blanda y puede ser chafada con un simple tenedor. El huevo se enfrentó a ella con la máxima fragilidad. Tan solo la fina película protectora de su cáscara le evitaba la rotura y que el líquido fuera esparcido. Pero ahora es duro y es resistente.

- Resulta curioso visto así. -manifestó el protagonista de nuestra historia.
- Pero espera, amigo. Queda el café. El café es el campeón. Independientemente de su estado, ha sido capaz de cambiar el entorno hostil que le estaba achicharrando. Ahora no es agua caliente. Se ha transformado en un rico café. ¿Quieres una taza?

El joven vendedor y el sabio anciano se sentaron a tomar una taza de café en el balcón. Carlos encendió un cigarrillo y mientras jugaba con las volutas del humo y degustaba el café, pensaba como iba a enfrentarse a partir de mañana de una manera totalmente distinta a su propio entorno hostil para transformarlo. Aquel día se creyó capaz de cambiar las cosas y también aprendió que no podía seguir juzgando y etiquetando a las personas en base a su primera impresión.
Autor: Adrián Troncoso Rodríguez (adaptación propia de la popular, que está recogida en el libro "La culpa es de la vaca" - Editorial Intermedio - de Marta Inés Bernal Trujillo y Jaime Lopera Gutiérrez.

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