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La empatía y sus fases


El significado de la actitud empática es la disposición de una persona de ponerse en la situación existencial de otra, comprender su estado emocional, tomar conciencia íntima de sus sentimientos, meterse en su experiencia y asumir su situación. Esto es empatía. Más que sentir lo mismo que el otro (simpatía), se trata de recepción y comprensión de los estados emotivos. Es como un sexto sentido, una forma de penetrar en el corazón del otro. Es ponerse a sí mismo entre paréntesis momentáneamente, es caminar con los zapatos del otro durante un trozo de camino.
Podemos afirmar que etimológicamente, a diferencia de la simpatía, que es sentir con (consentir), la empatía es sentir en (sentir desde dentro)...
Es la actitud lo que cuenta. Se trata, en el fondo, de transmitir comprensión además de comprender. No basta, simplemente, con que creamos que hemos comprendido a la otra persona. Hay que esforzarse por hacerla ver que la hemos com­prendido.


No parece exagerado decir que aquí reside la clave de por qué muchas de nuestras relaciones humanas no acaban de resultar satisfactorias. Sin comunicación no hay verdadera comprensión, porque comprender indica ser capaz de pasearse por el mundo intelectual y afectivo del interlocutor como si uno estuviese en su propia casa, y nuestro interlocutor es el único ca­paz de decirnos si realmente le comprendemos o no.

La empatía es la posibilidad de asimilar la persona del otro, de penetrar en su afectividad, de sentir con él (no lo mismo que él). La empatía es diferente de la simple «simpatía», que nace de la atracción recíproca. La empatía, en principio, es un movimiento unilateral hacia el otro; no siempre es recíproco, pero invita a la reciprocidad. Y, sobre todo, es fruto de una disposi­ción interior que tiene que ver con los valores del ayudante, más que de una atracción sensible.

La empatía lleva a la comprensión; pero a una comprensión que no es una inteligencia abstracta de los problemas, sino un conocimiento íntimo y concreto de las personas nacido del verdadero interés y de la inteligencia. No es tampoco un conocimiento empírico y superficial. Es un conocimiento que va más allá de las apariencias y de las manifestaciones de la conducta del otro, más allá de las causas inmediatas, hasta llegar a percibir y captar sus afectos profundos y sus necesidades, aunque no por ello alcance siempre a discernir con claridad las motivaciones profundas.

Se trata, pues, «de una percepción particularmente fina y sensible de las manifestaciones del otro. Se trata, además, de un esfuerzo intenso por sintonizar con el otro: ¿Qué significan para él sus manifestaciones?, ¿qué siente el otro?, ¿cuál es su "mensaje profundo"? Se trata de una percepción sensible, empática, sin prejuicios, sin juicios de valor, exacta, del mundo interior del otro.

Fases de la empatía
Algunos autores, aún a riesgo de sobrepasar las licencias pedagógicas, hablan de «fases de la empatía. Difícilmente se puede atribuir el término «fases» a una actitud en el sentido en que aquí se presenta, pero parece que su descripción resulta útil para comprender el verdadero significado de esta disposición interior. Por eso conviene indicar que la actitud empática es un proceso que se puede presentar con las siguien­tes fases:

1.- Fase de la identificación. El ayudante penetra en el cam­po del otro. La experiencia que el otro está viviendo —y sufrien­do— no deja su espíritu indiferente; más bien lo acapara, lo conmueve y lo envuelve. No hace nada para defenderse contra esta irrupción de sentimientos ajenos en su sólida esfera perso­nal. Incluso llega a proyectarse en el otro, a «identificarse con él», como si se dijese a sí mismo: verdaderamente también yo, si fuera él y estuviera en sus circunstancias, sentiría las mismas reacciones, obraría de la misma manera. En el fondo es la fase que mejor describe el arte de «meterse en el pellejo del otro» identificándose con su persona y con su situación. Naturalmen­te, tal identificación, aunque profunda e intensa, es temporal y actitudinal.


2.- Fase de la incorporación y repercusión. Es un paso más. El otro se describe, en general, superficialmente, pero de­lata y revela impulsos secretos. También nosotros interiormente estamos hechos así y cuanto el otro dice nos repercute interna­mente. Es la experiencia del «también yo» (incorporación). Es algo más que la identificación con la experiencia ajena. Mirán­dome a mí mismo, en el fondo, también a mí me pertenecen elementos semejantes de la experiencia que pretendo compren­der, por más lejana que pudiera parecerme a primera vista. Además, si me auto observo en la relación, los impulsos del otro despiertan inconscientemente en mí impulsos correspon­dientes o un conjunto de sentimientos: «no sé qué decir», experimento ansiedad, «vibro con él». Prácticamente la observación del otro se hace observación de uno mismo. Esto permite ser dueño del propio mundo emotivo cuando se hace el esfuerzo de captar el ajeno.

3.- Fase de la separación. Llega el momento de retirarse de la implicación en el plano de los sentimientos y de recurrir al método de la razón, interrumpiendo deliberadamente el proceso de introyección y restableciendo la distancia social y psíquica con serenidad y entereza, evitando posibles sentimientos de culpa al verse a sí mismo bien en relación con quien está en una si­tuación de sufrimiento. Sin esta fase de separación existen gra­ves riesgos de quemarse y vivir el síndrome del «burn-out». No hay empatía si no se da separación. Más bien se produciría sim­patía o identificación emocional, y empatía significa «penetración en el mundo de los sentimientos ajenos permaneciendo uno mismo».
Fuente: Josué (Flower)

2 comentarios :

Unknown dijo...

Excelente

Unknown dijo...

A veces la parte mas complicada es la fase de la separación ya que podrías tomarlo muy personal y vas a querer hacer de todo por la otra persona o cliente, con el tiempo vas aprendiendo, saludos!

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