Operaba a moribundos con un cuchillo oxidado y los curaba. Un humilde brasileño que realizó a lo largo de su extraordinaria carrera innumerables milagros quirúrgicos "guiado por los espíritus"
Había llegado un sacerdote para administrar la extremaunción a la moribunda. Se encendieron velas, y parientes y amigos rodearon su lecho. Su muerte se esperaba en cualquier momento.
De pronto, uno de los presentes salió corriendo de la habitación y volvió con un gran cuchillo de cocina. Ordenó a los presentes que se alejaran de la cama y después, sin decir una palabra, levantó la sábana que cubría a la enferma e introdujo el cuchillo en su vagina.
A continuación, tras remover brusca y repetidamente con el cuchillo, lo retiró y metió la mano para extraer un tumor del tamaño de un pomelo. Después tiró el cuchillo y el tumor en el fregadero de la cocina, se sentó en una silla y se puso a llorar.
Uno de los parientes corrió en busca del médico, mientras los demás guardaban silencio, alucinados por la extraña escena de que habían sido testigos. La paciente estaba tranquila, pues no había sentido dolor durante la "operación", y el médico comprobó que no existía hermorragia ni ningún otro daño. También confirmó que lo que había en el fregadero era un tumor uterino.
Este extraordinario suceso, que tuvo lugar en la ciudad brasileña de Congonhas do Campo, fue un momento decisivo en las vidas de los dos protagonistas del mismo. La mujer curó por completo, y el hombre que la "operó", José Arigo, empezó a ser solicitado por personas a quienes sus médicos consideraban incurables.
Cuando la clínica de Arigo se abría, la mayoría de los días había una cola de unas 200 personas que esperaban. A algunos de los pacientes los trataba de forma rápida y, a veces, casi brutal, empujándolos contra la pared y clavándoles un cuchillo sin esterelizar que luego limpiaba en su camisa (ver foto encabezamiento del artículo). Sin embargo, nadie sentía miedo, ni dolor. Había muy poca sangre, la herida se cerraba inmediatamente y cicatrizaba en pocos días.
En muchos casos Arigo echaba una mirada al paciente, diagnosticaba su problema sin preguntarle nada y escribía una receta apresuradamente. Según estimaciones de cinco años trató a medio millón de pacientes, entre los cuales había ricos y pobres y nunca aceptó dinero ni regalos por sus servicios.
"Las personas se acercaban; todas estaban enfermas. Una presentaba un bocio muy abultado. Arigo cogió una lima de uñas, practicó una incisión en el cuello, extirpó el bocio, secó la herida, que apenas sangró, con un poco de algodón sucio y la mujer se marchó"
En todo el tiempo que Arigo trató enfermos ni una sola vez pudo decirse que sus métodos poco convencionales hubiesen causado daños. Sin embargo, lo que hacía no era aprobado por las autoridades, puesto que Arigo no era médico, y en 1956 fue acusado de ejercicio ilegal de la medicina, pagando multas al principio e ingresando dos veces en prisión durante las cuales sus carceleros le permitían salir de su celda para visitar a los enfermos y operarlos.
Arigo murió en un accidente automovilístico en enero de 1971, después de haber dicho a varias personas que no volverían a verlo. Las técnicas que empleaba para curar a los enfermos siguen siendo un misterio. El mismo Arigo nunca explicó nada; decía que el mérito era del doctor Fritz (operaba estando en trance y sus pacientes notaron que hablaba con acento alemán, hecho que fue atribuido a que el doctor Adolphus Fritz, muerto en 1918, "operaba" a través de Arigo) y de Jesús. En cierta ocasión, tuvo la oportunidad de ver una película sobre sus propias operaciones... ¡y se desmayó!
Extracto de artículo: 1980 Orbis Publishing Ltd, London - 1981 Editorial Delta, S.A., Barcelona
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