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El caminante de Boisaca - Historia del cadáver que nunca existió


 

No era un viajero del tiempo sino un extraterrestre

Según la historia oficial, un enigmático individuo iba caminando por las vías del tren en la zona boscosa de Boisaca, España, al anochecer del 5 de mayo de 1988, y fue atropellado por la máquina muriendo instantáneamente. El jefe de Gabinete Técnico de la Policía Nacional declaró a la prensa que nunca se había encontrado con un caso así. Las investigaciones realizadas para descubrir la identidad de este misterioso personaje fueron infructuosas. El maquinista del expreso Vías Altas de ese día era José Aira Martínez, que había puesto en marcha el tren desde la estación de Santiago de Compostela hacia la parada final, Madrid, después de siete largas horas. Pero ocurrió que en los boscosos parajes de San Lázaro, a unos seis kilómetros de Santiago, al tomar la curva cercana al Puente de Paredes, la máquina se topó de improviso con un sujeto que caminaba por la vía de espaldas a la dirección de dónde venía el tren.

Fueron vanos todos los esfuerzos de Aira Martínez para advertir al individuo el inminente encontronazo. Después del atropello, el conductor pudo detener la máquina a unos cien metros del lugar del accidente y, sin dudarlo, se encaminó rápidamente hacia la cola del vagón dispuesto a auxiliar al siniestrado. La esperanza de encontrarle, aunque sólo fuera con un hilo de vida, se desvaneció definitivamente al contemplar la escena que surgía ante sus ojos. En la vía se encontraban los miembros inferiores, separados del tronco, con algunos jirones de ropa. Y junto a ella, el resto del cuerpo presentaba múltiples amputaciones y deformidades como consecuencia del violento choque.

El maquinista no pudo reprimir un escalofrío al contemplar el rostro casi irreconocible del muchacho, cuyas facciones aún estaban contraídas en lo que parecía ser la expresión final de un grito de dolor. Aira Martínez acumuló el valor necesario para, junto a su ayudante Carlos Castro, apartar el cuerpo de la vía férrea y cubrirlo con una vieja manta. 



La cabeza era muy voluminosa, poseía dentición completa con algunas piezas afiladas y salientes

Después, telefoneó a Luis Vázquez Graña, jefe de la estación de Santiago, para que informara a la Policía del suceso. Minutos más tarde, las luces de los coches patrulla iluminaban la zona. Comenzaba la investigación.

La inspección ocular arrojó los siguientes datos: "El fallecido era un varón de aproximadamente 1,65 metros, raza blanca, complexión normal, pelo negro, corto y liso, ojos castaños, orejas muy separadas, rotadas hacia delante y sin circunvoluciones −pliegues del pabellón auditivo externo−". Vestía una camisa gris azulado, jersey gris con hombreras de sky, pantalón negro y zapatillas deportivas blancas del número 42, pese a que su medida de pie era un 39. La vestimenta también correspondía a varias tallas más grandes que la suya. En los bolsillos del pantalón portaba tres billetes de 5.000 pesetas cuidadosamente doblados, uno de 1.000 y dos monedas de cinco pesetas.

La autoridad judicial se desplazó al lugar del accidente, ordenó el levantamiento del cadáver y su ingreso en el departamento de Medicina Legal del Instituto Anatómico Forense de Santiago de Compostela. Todo parecía indicar que se trataba de un caso de suicidio.

Una vez realizadas las diligencias pertinentes, el expreso Rías Altas continuó su marcha hacia Madrid. Las huellas dactilares del joven, como dice el informe oficial del cadáver, eran la pieza clave para conseguir su identificación, ya que carecía de documentos que acreditaran su identidad. Las autoridades del caso mandaron las huellas a toda la región gallega y también a la Central de la Policía Científica de Madrid con resultado negativo. El accidentado, oficialmente no existía y las informaciones aparecidas en los periódicos no arrojaron ninguna pista. La fotografía del desfigurado rostro del accidentado fue publicada por medios de comunicación regionales y nacionales. Esta iniciativa hizo albergar esperanzas sobre la obtención de pistas, pero, una vez más, el resultado fue nulo.

La actitud del joven de mantenerse erguido, aparentemente ajeno a la llegada del tren, que se le venía encima a gran velocidad, suscitó numerosas conjeturas

Su inquietante rostro añadía más incógnitas al controvertido asunto. La cabeza era muy voluminosa, poseía dentición completa con algunas piezas afiladas y salientes. Pero el dato que más llamó la atención de los especialistas fueron las orejas: las tenía absolutamente planas, rotadas hacia delante y sin pliegue alguno en el pabellón auditivo externo. Después de que prestigiosos psiquiatras analizaran la imagen del rostro del cadáver, su opinión fue unánime: los rasgos faciales y los pabellones auditivos, sin marca alguna, reflejaban primitivismo y oligofrenia propia de enfermos psíquicos profundos. Esta hipótesis también fue barajada por la Policía Científica, que durante años investigó la posible desaparición del joven en colegios de acogida y centros de deficientes mentales de Galicia y en todo el norte portugués, en colaboración con las Fuerzas de Seguridad Lusas.

Parece casi imposible que un joven de apariencia tan extraña hubiera pasado inadvertido en los alrededores de la vía, una zona rodeada de casas que forman el núcleo rural de Boisaca.

En un lugar cercano aparecieron unos extraños círculos concéntricos formados por pequeñas piedras, presuntamente realizados por el muchacho aquella tarde. Estaban dibujados con decenas de guijarros y guardaban una simetría perfecta. Varios psicólogos consultados declararon a la Policía que podría tratarse de algo semejante a los ejercicios que realizan los deficientes psíquicos en algunos procesos de aprendizaje. ¿Se trataba de algún mensaje? La actitud del joven de mantenerse erguido, aparentemente ajeno a la llegada del tren, que se le venía encima a gran velocidad, suscitó numerosas conjeturas. "Es una cosa rarísima, rara, muy rara...", aseguró Antolín Doval cuando hizo el balance del caso Boisaca. Nunca se habían topado con un suceso semejante. Este dato lo corroboró el popular criminalista y ex director de El Caso Juan Ignacio Blanco, para quien "nunca se ha dado un suceso de aparición repentina y muerte de estas características en la que no se ha llegado a identificar completamente a la víctima. Es, sin lugar a dudas, muy extraño, único..."

Las exhaustivas investigaciones que se hicieron posteriormente descartaron de plano la posibilidad de que el sujeto hubiera huido de algún centro psiquiátrico o de algún lugar donde mantienen a personas con deficiencias mentales. Quedó también descartado que pudiera tratarse de algún mendigo. Sus manos finas, cuidadas y sin callosidades, además del cuerpo aseado y la ropa de marca, no dejan lugar a dudas sobre esta cuestión. ¿Quizá un sordomudo extraviado en alguna visita a Santiago y accidentalmente arrollado? En ese caso existiría una denuncia de desaparición y una reclamación del cuerpo, tras ser publicadas las fotografías del cadáver. Además de éstas, surgen muchas más incógnitas: ¿Por qué caminaba de espaldas al tren? ¿Desconocía acaso el peligro que entraña un expreso a toda velocidad?. Las hipótesis lógicas faltan en su totalidad y muchas personas conocedoras del caso, se plantearon otras que pudieran parecer más fantásticas. La posibilidad de que un muchacho en estado semisalvaje fuera arrollado por el tren pasó también por un riguroso análisis.

La ropa, varias tallas mayor, podría ser robada, como el dinero. Sin embargo, un atraco no se corresponde, según los psicólogos consultados, con los parámetros de comportamiento de un ser irracional. La ropa y el dinero tampoco figuran en la denuncia que el afectado debiera haber cursado, con más motivo aún dada la divulgación que se dio al asunto y la constante petición de ayuda por parte de la Policía. Fue enterrado en Boisaca en la parcela 7621 pero al parecer, prescribió en 1994 y consta que en 1995 fueron trasladados los restos de un muchacho que provenían de una tumba de 1988 a una fosa común.

 

 


En 2008, al fin se supo que el misterioso caminante se llamaba Óscar Ortega Vasalo, originario de Vigo que vivía en Castelldefels. Su madre, María Bertina regentaba una farmacia en Vigo pero cuando Oscar terminó el servicio militar (donde tres compañeros suyos se habían suicidado y que puede ser que lo que viviese allí le marcase a fuego), le notó distinto, bajo de ánimo y decaído, siempre le había ayudado en la farmacia pero a su vuelta, prefería quedarse en la trastienda y quizás por su estado de ánimo, se fue a vivir a Castelldefels dispuesto a estudiar una oposición para la Seguridad Social. Pero su madre, notando que no estaba bien, se trasladó con él a Castelldefels donde notó que seguía igual y un día que había salido, se encontró con que Oscar había dejado una nota diciendo que se iba de vacaciones y que volvería pronto. Su madre notó que lo único que faltaba era el DNI y nada más, por lo que Oscar se fue con lo puesto. María Bertina y su hija Bertina lo denunciaron en Barcelona, Vigo e Irún y cuando se trasladaron a Madrid, también ahí.

Contactaron con el programa "Quien sabe donde" y no pararon de buscarlo pese a que se toparon con que al ser mayor de edad y haberse marchado voluntariamente, poco se podría investigar. La Policía les tomó muestras de ADN y en septiembre de 2008, hablaron con "madridiario" para quejarse del abandono que sentían.

En esa época, la policía cruzó los datos que tenían con la Guardia Civil y el "cadáver de Boisaca" o "caminante de Boisaca" como era conocido, tuvo al fin su identidad.

Fuentes: La mano que mece la cuna y Grupo Elron

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