Estaba el león durmiendo la siesta bajo un árbol, y unos ratoncillos traviesos que pasaban por allí, al verle dormido, se le subieron encima sin el menor respeto y empezaron a jugar, escondiéndose en su larga melena y saltando entre sus patasPero tanto alborotaron que el león acabó despertándose, y ya se sabe que cuando alguien está durmiendo la siesta tranquilamente y lo despiertan, lo más probable es que se ponga de mal humor.
El león lanzó un rugido terrible y los pobres ratones huyeron aterrados; pero con un rápido movimiento de su poderosa garra, la fiera atrapó al más pequeño de ellos y lo miró con expresión feroz.
"No me hagas daño", suplicó el ratoncillo, "y seré tu amigo; si alguna vez estás en peligro, te ayudaré".
Al león le hizo tanta gracia que lo soltó. ¡Aquel diminuto ratoncillo le ofrecía su ayuda a él, el rey de la selva!
"Está bien, valiente", dijo riendo, "siempre es bueno tener un aliado tan fuerte como tú"
Poco después, el león cayó en la red de unos cazadores, y por más que se debatió y forcejeó no pudo soltarse. Ya se daba por vencido, cuando pasó por allí el ratoncillo que royó con sus afilados dientes un nudo de la red y lo dejó en libertad.
Cualquier amigo, por pequeño que parezca, es valiosísimo.
Sé positivo; la piedra con la que tropiezas hoy en tu camino puede ser utilizada mañana para cruzar un torrentoso río
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