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Presentismo laboral


Las prolongadas bajas laborales, el “hoy no vengo que estoy enfermo” o “voy salir cinco minutos a desayunar” y tardar dos horas, son algunas de las situaciones que los empresarios viven con sus empleados (no todos) cada día. Es el llamado absentismo laboral, que puede causar a la empresa importantes pérdidas de productividad.

Pero la época de crisis ha hecho que los trabajadores tengan miedo a perder su puesto, así, los últimos datos de la Seguridad Social muestran que en España se ha pasado de cerca de un 3 por ciento de absentismo a un 2,1 por ciento, situándose por debajo de la media europea, que está en el 2,2 por ciento.

Pero los trabajadores no sólo han dejado de faltar al trabajo sino que, para intentar demostrar lo válidos que son, pasan más horas en él. Aunque España sigue siendo España y, al contrario de lo que sucedería en China, no se está más horas en la oficina para trabajar más, sino sólo para aparentar.

Esto es: se incrementa el horario por voluntad propia, pero para quedarse sin hacer nada. Es el llamado presentismo laboral, una tendencia en alza provocada por el miedo de los empleados a perder su puesto.

Dentro de la filosofía del tiempo, el presentismo es la creencia de que únicamente existe el presente, mientras que el futuro y el pasado son irreales. En el ámbito laboral es cuando se está trabajando, pero no se está, es decir, la persona está físicamente pero sin realizar ninguna función.

El presentismo puede ser de tres tipos:

- El primero es el que hemos definido hasta ahora: quedarse más horas en el puesto de trabajo para que parezca que trabajamos más aunque no estemos haciendo nada.



- El segundo consiste en ensalzar las funciones que uno mismo realiza, tardando más en hacerlas o añadiéndoles componentes de dificultad que en realidad o no existen o no son necesarios. Y por último, quejarse continuamente del gran volumen de trabajo que tenemos, cuando realmente nuestra productividad es muy baja.

- También se puede dar otro caso, en el que el trabajador acude a su puesto a pesar de estar enfermo y renuncia a bajas, por ejemplo, por miedo a que cuando se recupere su puesto ya esté ocupado.

Estas son algunas técnicas que utilizan los empleados para hacer ver a sus jefes que trabajan más. Pero, si realmente no se está trabajando es preferible la calidad a la cantidad. Lo cierto es que vivimos en una sociedad en la que se asocia llegar el primero e irse el último como signo de productividad, y no siempre es así.

Y parte del problema puede estar en la actitud de los jefes, que evalúan a sus empleados por las horas que están en la oficina y no por la calidad de su labor. Algo que demuestra que no se presta atención suficiente al trabajo individualizado.

Todo esto, en lugar de favorecer la situación de la empresa, la empeora, pues merma la productividad de los trabajadores. Un ejemplo: si el único afán de un empleado es permanecer en la oficina hasta que su jefe salga por la puerta y, mientras espera a que esto suceda, no tiene ninguna función que desempeñar, lo que finalmente pasa es que ese trabajador llega más tarde a casa (con los problemas de conciliación que eso pueda conllevar), tiene menos tiempo para descansar, para dedicarle a su vida. Y al día siguiente cuando vuelva a su puesto de trabajo, estará más cansado y rendirá menos que si hubiese salido a su hora con el trabajo recién terminado.

En el caso de los trabajadores enfermos sucede lo mismo, pues rinden menos debido a su enfermedad, algo que no sólo es perjudicial para el empleado, sino también para la propia empresa.

Para que un empresario se de cuenta de que esto sucede en su negocio debe prestar más atención al trabajo que cada persona hace, llevar un mayor control individualizado, tanto laboral como personal. En muchos casos el presentismo se puede deber a una situación familiar complicada, por lo que el miedo a perder el trabajo aumenta y el hecho de pasar más horas en la oficina empeora la situación.

Marcar el trabajo por objetivos sería una posible solución para que el trabajador no se sienta atado a su puesto, así como individualizar. También puede ser positivo para el empleado que su jefe le deje claro que está satisfecho con él y que le haga ver las cosas positivas de su labor, así como las que se pueden mejorar. De este modo, el empleado se sentirá más motivado, más seguro y con más ganas de perfeccionar (y no sólo de aparentar que lo hace).

El presentismo también puede tener una parte más negativa aún y es que el trabajador esté en su puesto pero realmente no trabaje, no porque se haya terminado su horario, sino porque, o no tiene trabajo que desempeñar o se sienta tan agobiado que no puede concentrarse y se pasa su jornada distraído o perdiendo el tiempo.

En muchos casos es por falta de concentración, por problemas personales, por falta de tareas que realizar, por la eficiencia del propio empleado, que finaliza su tarea en poco tiempo o, lo que puede ser peor: porque le resulta más fácil no trabajar.

Mientras que en todos los casos anteriores se disculpa al empleado porque la intención es buena y hay que saber detectarlo y también motivarlo para que la situación cambie, en este caso identificar el problema también puede ser fundamental para “apretar las tuercas” a los que se intentan escaquear.

En todos los supuestos es el jefe, el empresario, es el que debe estar alerta, y “cuidar” a sus trabajadores para que estos rindan más, algo que repercutirá positivamente en el funcionamiento de la empresa.
Fuente: Evolución 21, Pymes y Autónomos, El Economista



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