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Me llaman desde el infierno


Lunes
Regresaba al hogar después de haber pasado unos días fuera, cuando me adelantó un coche grande, un Mercedes, en el que me pareció ver a mis padres muertos. Una alucinación, pensé, y continué escuchando la radio, donde entrevistaban a un tipo que, tras darse un golpe en la cabeza, se aficionó a la música clásica.

- ¿Le quedaron otras secuelas? - preguntó la locutora.
- No, sólo el gusto por la ópera, a la que antes detestaba.

Hace años cogí un taxi cuyo conductor llevaba puesto un CD con "Las cuatro estaciones de Vivaldi". Me sorprendió un poco, pues no es común, e indagué de dónde venía esa afición tan culta. Me dijo que se la debía a un catarro que había cogido durante la primavera, y que no se trató.

- Cuando me libré de él, noté que algo había pasado dentro de mi cabeza. No sabía qué hasta que un día, cambiando de emisora, pasé por una de música clásica y sufrí una especie de éxtasis que me obligó a detener el coche en una esquina. Desde entonces no escucho otra cosa.

- ¿Y creee que se debe al catarro? - pregunté.
- Estoy seguro. Aquellos estornudos liberaron dentro de mi cerebro algo que hasta entonces había permanecido clausurado.

Cuando terminó la entrevista, el coche que venía detrás me dio las luces largas apremiándome a que me apartara para dejarle pasar. Cuando se puso a mi altura, comprobé que lo conducía mi abuelo, con mi abuela al lado. Daban la impresión de tener prisa por alcanzar a mis padres. Conducían también un Mercedes.

No sé cuántos muertos más me adelantaron porque no los conocía a todos.



Martes
Ya en Madrid, salgo a caminar a primera hora y al cruzar la calle veo, sobre el asfalto, un pájaro muerto, aplastado por la rueda de un coche. Se trata de un mirlo pequeño cuyo perfil se aprecia perfectamente, como si se tratara de una calcomanía. No hay ni rastro de las vísceras, que se han secado, por el calor. Permanezco contemplándolo un rato y luego continúo mi camino hacia el parque. La primavera trae mucha vida, pero mucha muerte también. La ciudad es un territorio hostil para los animales que nacen en esta época del año.

Miércoles
Busco en internet un remedio contra la apatía, de la que soy víctima desde el comienzo del calor, y encuentro cómo superarla en 32 pasos. Como es lógico, dado mi estado de ánimo, no paso del tercero. Busco un chat de apáticos, que no existe, claro. Con esta desgana, quién va a buscar conversación. Entonces suena el teléfono y es mi hermano Ricardo, al que se le está yendo la cabeza, no sabemos adónde. Me acusa de tener tratos con el diablo.

- ¿Cómo lo sabes? - digo.
- Me lo ha dicho él - dice.
- ¿Quién? - digo.
- El diablo - dice.
- Entonces el que tiene tratos eres tú - digo.

Permanece en silencio unos instantes y cuelga. Busco en internet "Tratos con el diablo" y encuentro un artículo sobre el tema, pero es muy largo y me da pereza acometerlo. La apatía.

Abandono la mesa de trabajo, meto en la ducha una silla de plástico, me desnudo y permanezco media hora sentado bajo el agua tibia, dejando que las ideas atraviesen mi cabeza sin dar caza a ninguna.

Jueves
Me levanto más animado que ayer, pero no me fío. Desayuno observando las fluctuaciones que se dan dentro de mí y salgo a caminar sin dejar de examinarme. Se me ocurre una idea para un cuento sobre el aburrimiento.
Paradójicamente, un cuento sobre el aburrimiento debe ser divertido y este creo que lo es. Regreso a casa antes de que la idea, que es mercancía perecedera, se pudra, pero cuando me pongo frente al ordenador empieza a fallar una tecla, la ese, y me vengo abajo. Telefoneo al técnico, me pregunta cuánto tiempo tiene el portátil y me dice que tengo que cambiar el teclado.

Viernes
Me traen un teclado nuevo, pero resulta que es negro y mi ordenador es blanco. Le digo al técnico que no importa, que lo ponga, pues me urge escribir para salir de la apatía. Lo pone y lo que veo es una dentadura negra sobre un rostro blanco. Me rindo de nuevo a la apatía. En esto suena el móvil. Me llaman desde un número que empieza por 666, el del diablo. No lo cojo, claro.
Autor: Juan José Millás (extracto de artículo).

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