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El gusto por lo barato - Tendencia o cambio


Después de más de tres años apretándose el cinturón, "barato" es una palabra que ya no tiene ningún estigma para el consumidor. Especialistas de Wharton y de otras instituciones dicen que la recesión ha cambiado las prioridades de los consumidores, que hoy están más dispuestos a cambiar la calidad por precios bajos. Aunque algunos digan que el consumidor volverá a gastar cuando las cosas mejoren, otros dicen que los americanos han abrazado para siempre la filosofía de busca gangas, y es poco probable que vuelvan a gastar con el mismo despilfarro que antes.
El fabricante de muebles IKEA, por ejemplo, ofrece estilo a precios bajos, en parte porque el cliente aún se encarga del montaje del producto comprado. Los clientes del minorista de moda Zara deciden adquirir tejidos más baratos, o modelos de estilo más simple, con tal de que la ropa en cuestión esté inspirada en la última moda. Existe un motivo para pagar más barato. Es cuando la persona prescinde de algo que no considera tan importante.
Para el que haya perdido dinero o sus ahorros en la actual turbulencia económica, aprender a vivir de forma más austera no es opción, es una necesidad. Las cifras del censo de EEUU muestran que un 15,1% de los americanos vive actualmente en la pobreza. El desempleo se sitúa en un 9,1% y los mercados conviven con un desgaste financiero global constante.

En una época en que todo el mundo está intentando ahorrar, dar prioridad a lo que es "barato" puede ser muy positivo.



El consumidor ahora piensa de forma diferente respecto a aquello que compra, pagando sólo por los recursos que realmente desea en un producto y sacrificando otros elementos. Los minoristas encargados de descubrir un medio de perfeccionar el diseño y bajar el precio apelan a los consumidores que buscan algo interesante, pero barato.

Mucha gente también está volviendo a lo básico, volviendo a pensar lo que es realmente importante en la vida, y muchos están llegando a la conclusión de que los productos caros tal vez no compensen su coste.

El consumidor de recursos limitados, por lo tanto, está más dispuesto a gastar tiempo que dinero para conseguir lo que desea. No importa si eso significa tener que montar un estante de IKEA, preparar personalmente la comida de una fiesta en vez de recurrir a un servicio de bufé, o incluso mezclar el maquillaje propio. En todo eso, el ahorro no es lo único que atrae al consumidor: la inversión en el tiempo también refleja sus preferencias y valores.

Un estudio del que es autor Stephen Hoch, profesor de Marketing de Wharton, constató que la adquisición de productos más baratos no sólo proporciona un placer personal sino también es una manera de usar el tiempo de forma más eficiente. Hoch analizó si el consumidor más preocupado por sus gastos, que iba de tienda en tienda en busca de precios bajos, estaba realmente ahorrando o sólo desperdiciando tiempo y combustible. Él descubrió que, según el tiempo gastado, ese consumidor ahorraba más que el valor medio de la hora de trabajo. "En mi estudio, ese comportamiento del consumidor no era irracional", dice.

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